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La mezquita de DJENNÉ y el mercado del lunes. El extraordinario espectáculo de la vida en Mali.

Pocas ciudades africanas tienen el extraordinario encanto de la ciudad de Djenne en Mali. Situada en la confluencia de los ríos Níger y Bani, esta histórica ciudad, que presenta una cuádruple importancia (histórica, arquitectónica, etnológica y religiosa), forma parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad desde 1988. Por eso es parada obligada para cualquier viaje a Mali y una de las metas viajeras más preciadas.

La visita a la mezquita de Djenné y el mercado de los lunes, enfrente del templo de barro, suponen uno de los momentos más emocionantes de cualquier viaje a Mali, juntamente con la visita al País Dogón.

La fundación de Djenné se remonta al siglo IX, pero fue a partir del siglo XIV y posteriores cuando se convirtió en un enclave comercial importantísimo, y posteriormente también, uno de los centros islámicos más importantes del África occidental y en concreto del que se conoce como la región histórica de Sudán. Hemos llegado a Djenné desde la ciudad de Mopti, en un atractivo trayecto que pasa por un montón de pequeñas poblaciones de las diversas etnias que forman el conglomerado social de esta zona de África. Justo antes de entrar en Djenné debemos vadear el río Bani. Por eso hay que esperar al ferry, que cada cierto tiempo atraviesa el río.

Una vez en Djenné, lo más conocido y que más impresiona al viajero es el extraordinario valor de la arquitectura sudanesa, que en Djenné tiene su punta de lanza, con toda la población enteramente construida en adobe. Las viviendas, los comercios, las diversas escuelas coránicas y, sobre todo, su gran mezquita están construidas en esta mezcla de paja, barro, aceite y arcilla, que hace que cada año se tenga que ir renovando y que le da a la ciudad, este aspecto casi único.


EL MERCADO DE DJENNÉ

Llegamos a Djenné en domingo. Y así es como debe hacerlo el viajero. El motivo es que al día siguiente es lunes y acontece en Djenné uno de los mercados más vistosos de África. Se monta cada lunes por la mañana desde primerísima hora ante la explanada de la mezquita. La actividad es frenética a partir de las 9 de la mañana.

La gente de los alrededores baja a la ciudad para vender su mercancía, que delicadamente sitúan sobre el puesto que tienen asignado, a veces sobre pilones, más a menudo sobre cualquier plástico o manto en el mismo suelo. Otros, simplemente bajan a Djenné para ver, dejarse ver, conversar y ponerse al día. En el mercado venden desde pequeños animales (gallinas y pollos) hasta ganado mayor existiendo una zona dedicada a la venta de cabras o corderos. Otra zona, es la dedicada al comercio de las viandas (frutas, verduras y hortalizas varias) y una más, la que se encarga de la venta de material para el hogar (jabones, candados, recipientes, telas) u otras mercancías que no sabremos averiguar exactamente para qué sirven.


Es pues, no sólo un emporio comercial sino también social. Y en este mercado, y de aquí su importancia etnológica, se dan cita un montón de etnias diferentes, que hacen aún más atractivo el emporio. Es fácil distinguir a los fulas, los mandingas, los bambaras o quizás, incluso, algún tuareg, los famosos hombres azules que predominan en el norte del país. Todos ellos, en medio de otras poblaciones que no sabremos distinguir, pero que le dan un color y un atractivo especial al mercado.

Delante de la explanada, hay una serie de pequeños comercios con azotea. Algunos de ellos están habilitados para que el viajero pueda subir, previo pago de un pequeño donativo, para que contemple el enorme espectáculo que el mercado de Djenné nos ofrece con el precioso telón de fondo de la mezquita de adobe.





LA GRAN MEZQUITA DE DJENNÉ

A parte del mercado en sí y de la arquitectura general de la ciudad, la Gran Mezquita de Djenné es, por sí misma, un edificio que justifica que nos hayamos acercado a esta ciudad.

En realidad se trata, ni más ni menos, que del edificio de adobe más grande del mundo. El material de construcción es tan frágil, que una vez al año, los habitantes de la ciudad son invitados a colaborar a la restauración de la mezquita. Se trata de añadir nuevas capas de adobe y reparar las zonas que hayan quedado dañadas durante la temporada de lluvias.

El edificio actual parece ser que sería de principios de siglo XX y habría sucedido a las diversas mezquitas que a lo largo del tiempo se han emplazado en este punto. La mezquita queda enclavada sobre un gran pedestal, también de adobe. Hay que decir que los edificios de adobe no se montan directamente como si de un castillo de arena se tratara, sino que primeramente se han fabricado los ladrillos de adobe que se han dejado secar al sol. Las esbeltas columnas de barro dominan la fachada principal. En lo alto de las diversas torres encontramos huevos de avestruz y sobresaliendo, por toda la periferia del edificio, cientos de jambas decorativa, pero que también ayudan en la restauración anual de la mezquita.


La mezquita de Djenné, altiva como pocos edificios puedan encontrarse en África, tiene un magnetismo extraordinario. Sin embargo y desgraciadamente no permite la entrada a los infieles, desde que dentro de la mezquita se hizo una sesión fotográfica clandestina con modelos vestidas de forma demasiado sensual para la conservadora sociedad islámica de Djenné. Como en tantos otros lugares, hecha la ley, hecha la trampa, de modo que pagando una pequeña suma a unos de los cuidadores del templo, es posible entrar al templo durante el breve espacio de unos diez minutos. Suficiente para perdernos en el extraordinario bosque de columnas de adobe que mantienen el interior de la mezquita casi en la penumbra, resultando en un misticismo que se revela extremo. Dentro de la mezquita, algunos fieles rezan cara la Meca y muchos otros, simplemente se aprovechan de que la temperatura interior es más fresca que en el exterior.

Después de disfrutar del mercado y la mezquita nos perdemos por los diversos callejones que rodean el centro neurálgico de la ciudad. Son calles llenas de vida, con muchos niños jugando al balón o con pequeños juguetes que ellos mismos han construido. También entramos en algunas escuelas coránicas, donde los niños aprenden el Islam, recitando de forma continua sus versículos, que tienen escritos en tablas de madera que se asemejan a pizarras de mano. Con todo, algunas construcciones acusan una evidente falta de mantenimiento, de manera que algunas construcciones de adobe están en un elevado riesgo de perderse, y el alcantarillado se muestra del todo insuficiente, provocando un olor, que a veces se hace difícilmente soportable.

La estancia en Djenné no nos deja indiferentes. Nos vamos de la ciudad con la sensación de haber vivido uno de los teatros más extraordinarios de África occidental: el mercado de Djenné con el precioso telón de fondo de la Gran Mezquita.




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