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LUOYANG. Visita a las cuevas de Longmen y como casi morimos en un tren.

La primera vez que viajamos a China fue en 1999. Entonces había pocos occidentales viajando en China, nadie hablaba inglés y casi no había ninguna guía de China escrita en castellano. Incluso había hoteles que sólo eran para chinos.

Aquella época, todo estaba escrito en chino. Y en las estaciones, había salas de espera para los chinos y salas para los occidentales. Fuera de la capital, no había ningún caracter latino. El viaje fue lleno de aventuras, un reto viajero en un tiempo donde internet estaba todavía dando sus primeros pasos. Este es el relato de un tramo de aquel viaje: el que nos llevó a Luoyang, para ver las fenomenales cuevas de Longmen.

DEL XIAN A LUOYANG EN TREN

Esta mañana hemos cogido el tren pronto para ir hacia Luoyang donde mañana queremos visitar las cuevas de Longmen. El viaje en tren no es excesivamente largo pues en seis horas hemos cubierto el trayecto. Es por eso que hoy hemos ido sentados en lugar de coger literas. Nos hemos provisionado de comida para el viaje y hacia las cuatro de la tarde hemos llegado a Luoyang.


Hemos tenido mucha suerte porque en nuestro vagón había un inglés que entendía perfectamente el chino, ya que hace de guía turístico. Cuando hemos llegado a la estación de Luoyang lo estaba esperando un guía local que debía llevarle en coche privado hacia su hotel. Ha resultado que el hotel que habíamos elegido nosotros con las guías que llevamos le venía de paso, de manera que nos ha acompañado. Y no sólo eso sino que se ha encargado de pedirnos la habitación y de negociar el precio. Por 12 yuanes tenemos una doble en un lugar muy céntrico.

Después de dejar el equipaje en la habitación hemos ido a dar una vuelta por Luoyang, que es una ciudad que no ofrece muchos alicientes al visitante (descontando las cuevas que mañana queremos ver) aunque fue en la antigüedad capital de China. Pero de eso hace muchos años y ahora quedan pocos vestigios de aquella época de esplendor.

Hemos ido a un parque que aunque no era muy bonito nos ha servido para ver a unos ancianos practicando Taichí. Casi que son los primeros que vemos y es que si se quieren ver muchos hay que ir a los parques a primera hora de la mañana, que es la hora en que se reúnen para ejercitar el cuerpo y la mente. De levantarnos pronto ya lo hacemos, pero tenemos muchas visitas por hacer y todavía no hemos coincidido de buena mañana en ningún parque.

Después hemos ido hacia la zona del hotel de la Amistad, que es desde donde salen los autobuses que van a las cuevas y que mañana tendremos que coger. Nos lo hemos mirado para mañana tener el desplazamiento bien planeado, que a pesar de que en este país no es garantía de éxito, siempre da un crédito a la tranquilidad.

Para mañana, por ejemplo, no tenemos los billetes de tren para ir hacia el este como queremos hacer, y eso no nos hace ninguna gracia. Esta mañana sólo llegar a la estación hemos querido comprar los billetes para el siguiente trayecto, tal y como hacemos cada vez que llegamos a un lugar. Aunque el guía inglés y su ayudante el chófer que le hacía de guía local, que es chino, nos han ayudado, no hemos conseguido nada porque la chica de la taquilla ha dicho que hasta mañana ni hablar. No sería de extrañar que mañana tuviéramos problemas. Mejor dicho, extraño será si no nos encontramos con un rábano. En China puedes ser desconfiado sin temor a equivocarte muchas veces.

Dado que el tren que queremos coger sale a las tres de la tarde, tenemos que estar lo antes posible a la estación y esperar a que haya plaza y que nos la quieran vender, que no siempre está en relación directa. Si no fuera así tomaríamos el de las cinco de la tarde dirección Shanghai. En fin, mejor no pensar demasiado, que mañana de una manera u otra saldremos adelante. Como dijo aquel sabio, si los problemas se pueden solucionar no te preocupes, y si no se pueden solucionar, tampoco, que no ganas nada y encima te acabarás comiendo el tarro.

Nos hemos quedado a cenar por la zona del Hotel de la Amistad. La dueña ha sido más amable que de costumbre, por lo que pedir lo que queríamos ha sido esta vez más fácil: una sopa de tallarines y cerdo picante. Estaba bastante bueno pero quizás era demasiado picante de manera que al final de la cena ya nos salía fuego por la boca. Como habíamos quedado con William, que así es como se llama el guía inglés, a las nueve de la noche, nos hemos duchado antes. Hay que decir que es el primer día que cenamos tan pronto. Más que adaptarnos al horario chino lo hemos tenido que hacer al horario inglés. Hemos ido a tomar unas cervezas a un pub de estilo occidental donde ponían música de Michael Bolton.

Es buen tío este inglés. Nos ha invitado y hemos mantenido una conversación que por momentos era muy interesantes y por momentos te la tenías que imaginar porque aunque el chico se esforzaba en su vocabulario, enturbiado por las cervezas, se nos hacía un poco difícil de entender.

LAS CUEVAS DE LUOYANG. CUEVAS LONGMEN.

Las cuevas sí que las hemos encontrado enseguida; la auténtica aventura ha venido después, cuando hemos querido ir a coger el tren. Nos hemos levantado temprano: a las siete de la mañana ya estábamos despiertos ya las ocho hemos cogido el autobús número sesenta que sale de enfrente del Hotel de la Amistad, que está bastante cerca de nuestro, a apenas diez minutos andando. Con menos de una hora nos hemos plantado en las cuevas de Longmen que no han defraudado en absoluto las expectativas creadas. Son una serie de cuevas y nichos excavados en la piedra, del siglo V en adelante. Además de sacar toda la piedra que supone cada nicho o cada cueva, se han esculpido directamente en la piedra de la montaña una serie de budas que son el auténtico tesoro de este fantástico lugar. Hay miles, desde los más pequeños que hacen pocos centímetros de largo en el más grande de todos que hace diecisiete metros de altura y diez de ancho.

El espectáculo que se nos ha ofrecido merece por sí solo visitar China. Seguro que será una de las maravillas artísticas más grandes que veremos en China, país en que este arte de esculpir directamente la piedra tuvo una gran tradición, pues además de las cuevas de Longmen en Luoyang hay otras que son igual de importantes, como las Cuevas Yung Gang en Datong o de Mai Hi Shang y de Dunhuang en la provincia de Gansu.


Estas de Luoyang, en la provincia de Henan, son realmente espectaculares. Podría enumerar una larga lista de adjetivos a cual más poético y literario, pero no harían justicia a lo visto. La fantástica escultura de Buda que mide 17 metros de alto, con unas orejas que miden dos metros es, sin duda, la obra maestra de las cuevas. Al lado de Buda hay esculpidos algunos de sus seguidores y más en los laterales, los Guardianes Celestiales, que como siempre que los hemos visto, tienen una de las expresiones más vivas de la estatuaria de esta religión.

A sus pies, como siempre están los espíritus malignos a los que aplastan. Las cuevas fueron comenzadas el 494 y se fueron haciendo a lo largo de siete dinastías. Se iniciaron cuando el emperador de Wei del Norte, trasladó la capital desde Datong hacia Luoyang. Es por ello que en Datong hay también unas cuevas de tanta importancia como éstas. Aquí hay hasta 1300 cuevas y más de 100000 budas, pero desgraciadamente muchos de ellos han sido arrancados para llevarlos a algunos de los museos más importantes del mundo, y lo que es peor, por actos de vandalismo que han hecho perder muchas piezas sin ningún destino ni ningún sentido que no sea el de la destrucción por la destrucción. Por suerte muchas de las grandes figuras de más de cinco metros de altura aún se conservan, por lo que la visita se hace espectacular.


Después de visitar las cuevas, que en un par de horas están vistas, hemos ido hacia la estación, con el fin de comprar el billete que nos llevara hacia Hangzhou. O bien la chica de la taquilla no nos ha entendido bien o no ha querido entendernos. Debido al escaso caso que te hacen en este país cuando pides cualquier cosa, más bien habrá pasado lo segundo. El caso es que nos ha vendido un billete que era muy barato pero que no nos daba derecho ni a litera, ni siquiera a la silla. De modo que teníamos por delante un trayecto de más de quince horas y teníamos que pasarlo de pie.

Aunque hemos intentado cambiarlo ha sido imposible y al cabo de poco, volvíamos la estación, esta vez comidos. Como nuestro billete no daba derecho a litera, parece ser que tampoco daba derecho a la sala de espera reservada a los extranjeros, de modo que nos hemos convertido en chinos por un rato. Pero qué rato,… La sala de espera estaba repleta de chinos; quizás había más de quinientos, pero por suerte era muy grande y no estábamos amontonados. La mayoría debían venir del campo y seguro que era de las primeras veces que veían un occidental. Sólo así se entiende que no hayan parado de mirarnos. Más que eso, era que con un descaro que no habíamos visto jamás, te clavaban su mirada quince chinos de golpe y no te dejaban hicieras los que hicieras o fueras donde fueras. Por momentos he pensado que estábamos en el zoológico dentro de una jaula y que éramos la atracción más importante, como Copito de Nieve en Barcelona. Seguían atentamente todos nuestros movimientos. Pienso que si llegamos a disparar el flash de la cámara algunos de ellos se habrían asustado de verdad. Las mejillas de los individuos eran del típico rosado de la gente del campo. La boca entreabierta y no decían ni una palabra, sólo miraban.

Con todo ello ha llegado la hora de subir el tren, por lo que se ha formado una larguísima cola. Nosotros nos hemos hecho con uno de los primeros lugares en hacernos los despistados, como si no supiéramos muy bien que pasaba, pero han comenzado las correderas, los empujones y los adelantamientos por derecha e izquierda, de modo que nos hemos ido quedando atrás. No hace falta decir que los sprints eran porque el primero que llegaba el tren podía escoger la silla si es que quedaba alguna. Cuando hemos llegado nosotros, sólo hemos podido elegir suelo, y aún gracias, porque nunca había visto un tren tan lleno. La densidad de gente que había en nuestro vagón se debía acercar al palmo por persona. En el nuestro había fácilmente treinta personas de pié. Éramos como sardinas en una lata, de manera que en cinco minutos estábamos empapados. El sudor nos caía por todos lados, en el paso previo a un ataque de histeria que parecía que nos podía coger de repente. Y por delante, dieciséis horas.

Hemos elegido un trozo de tren, el que hay entre vagón y vagón, para instalarnos. Allí casi teníamos un metro cuadrado para nosotros dos solitos. Bien, para nosotros dos y para nuestras mochilas, que hemos dejado encima de algunas escupitajos, como suele ser habitual en estos lugares. Enseguida hemos averiguado el porqué de tanta comodidad: enfrente teníamos el lavabo, detrás una basura llena y a la derecha la puerta que se abriría en cada estación haciendo que la gente pasara por encima de nosotros; quizá en aquellos momentos ya sería sobre nuestros cadáveres.

Debíamos hacer un trabajo de investigación y además había que hacerlo rápido. Empezábamos a deshidratarnos y nuestros ánimos se desmenuzaban minuto a minuto. Hemos recorrido el tren arriba y abajo, pasando literalmente sobre los chinos hasta que hemos encontrado alguien que parecía un revisor, o al menos llevaba un uniforme. Bien mirado, aquí quien más quien menos lleva uniforme. Hemos intentado hacernos entender y pedir un vagón algo más humano. Ni que decir tiene, que ha sido bastante difícil entendernos porque ni el presunto revisor hablaba inglés ni parecía muy dispuesto a ayudarnos. El señor nos iba dando largas y pensábamos que no teníamos nada que pelar.

Pero al final han venido un par de jóvenes, uno vestido de calle y uno de policía, que nos han llevado al vagón restaurante. Allí nos hemos entendido enseguida y se ha convertido en el milagro: en todo el tren sólo quedaban dos literas vacías. Entonces han aparecido unos individuos que nos han pedido 450 yuanes. Era la única posibilidad de dormir esa noche. Tal vez incluso de sobrevivir, de modo que hemos pagado lo que nos pedían sin pararnos a pensar si volveríamos a ver a los individuos y los yuanes. Y de verdad que al cabo de un rato lo hemos dudado porque han tardado bastante en volver, pero al final lo han hecho y nos han llevado al compartimento de cuatro donde hemos caído rendidos. Es de esas anécdotas que se recuerdan con gracia, pero de verdad que en ese momento piensas que pasar la noche en aquel vagón será la última cosa de tu vida. Este compartimiento es mejor que el que tuvimos en el trayecto hacia Xian desde Beijing, ya que ese era para seis personas y además, no se podía cerrar por dentro. Este es privado y lo compartimos con dos chinos, uno de los cuales hace los bostezos más grandes que he visto nunca.
Mañana, sólo llegar a Hangzhou tendremos que buscar alojamiento, esperemos que no tengamos tantos problemas.

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