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Visitar el Cabo San Vicente, en el Algarve portugués.

Cabo San Vicente

El Cabo San Vicente, la punta suroccidental de Portugal, es uno de los lugares más míticos que ver en el Algarve y uno de los extremos geográficos más reconocibles de la Península Ibérica, como puedan serlo el Cabo de Finisterre en Galicia, o la Punta de Tarifa en Andalucía.

La importancia geográfica del Cabo San Vicente no es actual, desde luego. Ya los romanos, hace más de 2000 años, creían que este accidente geográfico marcaba no solo el punto más occidental de la Península Ibérica, si no de la Tierra. Le dieron el nombre de Promontorium Sacrum.

Tanto de lo uno como de lo otro, estaban en realidad equivocados. Ya que, al igual que el Cabo de Finisterre no es el punto más occidental de España (este honor le corresponde al también gallego, Cabo Touriñán), el Cabo San Vicente no es, en realidad, el punto más occidental de Portugal, puesto que es el Cabo da Roca, situado apenas a 40 kilómetros de Lisboa, quien en realidad se lleva la distinción. Este último es además, el punto más occidental de toda la Península Ibérica.

Sea como sea, visitar el Cabo de San Vicente es tarea obligada en toda Ruta en coche por el Algarve. Una visita, además, que se suele combinar con el de la Fortaleza de Sagrés, situada a solo seis kilómetros del Cabo San Vicente. Además, nosotros aprovechamos para detenernos en Praia do Beliche, ni que fuera para disfrutarla desde su mirador. Este precioso arenal se ubica a solo tres kilómetros del Cabo San Vicente y con razón está considerado como una de las playas más bonitas del Algarve.

En este post os vamos a contar nuestra visita al Cabo San Vicente, pero también las dos paradas intermedias que hicimos: en la Fortaleza de Sagrés y en Praia do Beliche.

PARADA EN FORTALEZA DE SAGRÉS DE PARADA AL CABO SAN VICENTE.

Antes de visitar el Cabo San Vicente nos dirigimos a uno de los lugares históricos más importantes de Portugal y especialmente del Algarve. Me refiero a la Fortaleza de Sagrés. Se sitúa en un promontorio a modo de pequeña Península en dirección sur.

Fue el Infante Don Enrique, hijo, hermano y tío de reyes (su padre fue Juan I de Portugal), quien ordenó la construcción del baluarte, con la idea de defenderse de los ataques piratas que durante el siglo XV se sucedían.

El lugar no podía ser más estratégico, pues la península donde se alza la Fortaleza de Sagrés dispone un de conjunto de acantilados que la rodean casi por completo (al este, al sur y al oeste), de manera que en realidad solo cabía defender el norte, pues la fortaleza resultaba infranqueable por vía marítima.

No hay que esperar visitar, en esta Fortaleza de Sagrés, grandes construcciones al estilo de los castillos medievales europeos. Al contrario, más bien es poco lo que aquí se ha conservado. Sí que podemos distinguir la torre cisterna, una muralla cortavientos, la vieja iglesia parroquial de Nuestra Señora de Graça o parte de los cuarteles. Y al igual que en Cabo San Vicente, también aquí hay un faro, aunque no tan escénico.

En el suelo, encontramos una gran rosa de los vientos, de 43 metros de diámetro. No se trata de una ornamentación contemporánea, si no histórica, que se relaciona con la Escuela Náutica que habría sido fundada por el Infante Enrique, personaje que ha pasado a la historia con el sobrenombre de El Navegante, por su importancia durante la Era de los Descubrimientos del siglo XV.

Lo más espectacular de esta parada antes de llegar al Cabo San Vicente son, sin embargo, las maravillosas vistas de los acantilados que, como decía, se ubican al este, al sur y al oeste de la fortaleza. Justo al norte, pegada a la citada península, se ubica una preciosa playa. Es Praia do Tonel. Las vistas del arenal desde lo alto, merecen la pena.

PRAIA DO BELICHE, SEGUNDA PARADA ANTES DE LLEGAR A CABO SAN VICENTE

Antes de visitar Cabo San Vicente, aun hacemos una segunda parada, a apenas tres o cuatro kilómetros del mismo. La misma carretea N268 que nos llevará al Cabo San Vicente pasa por Praia do Beliche. No tiene pérdida, pues está bien indicada y hay aquí un estacionamiento para vehículos.

Con razón está considerada como una de las playas más bonitas del Algarve. Una maravilla de arenas doradas y aguas verdeazuladas y límpidas que se sitúa entre acantilados, como tan habitual resulta en esta región portuguesa.

Nosotros nos contentamos en disfrutar de Praia do Beliche desde las alturas, desde un par de miradores desde los que se tiene una fabulosa vista.

VISITA AL CABO SAN VICENTE

Seguimos por la misma carretera para llegar, al fin, al Cabo San Vicente, punta suroccidental de Portugal. Este mítico accidente geográfico queda rodeado de altísimos acantilados. De lo más escénicos, desde luego, porque se alzan casi un centenar de metros por encima del océano. Pero también peligrosos, como así nos avisa una placa en recuerdo de Sven Greef, un joven de 28 años que se despeñó por los acantilados en cuestión, en 2001. En días ventosos, hay que ser especialmente precavidos.

En el Cabo San Vicente se alza construyó el faro homónimo, que fue alzado por orden de la reina María II y sigue desempeñando las  funciones por las que se erigió, desde 1846, aunque hubo un periodo a principios del siglo XX en que el faro cayó en el abandono.

El faro del Cabo San Vicente, que ahora es automático, emite un destello de luz blanca cada 5 segundos y tiene un alcance nocturno de 32 millas náuticas.

Aunque algunas guías indican que el mejor momento para visitar el Cabo San Vicente del Algarve es justo antes del atardecer, para disfrutar de la puesta de sol, nosotros hemos llegado aquí a media tarde, porque en verano anochece tardísimo y de ninguna manera queríamos llegar al hotel, que lo teníamos en Lagos, casi a media noche.

Poco más hay que hacer aquí, en Cabo San Vicente, que disfrutar del paisaje y visitar el faro. En el interior del recinto hay un par de tiendas de recuerdos así como un bar donde tomamos unos refrescos antes de regresar. La verdad es que visitar Cabo San Vicente resulta casi obligado en un viaje al Algarve. Un lugar precioso donde uno tiene la sensación de encontrarse en una última frontera. Más allá del cabo, solo queda la inmensidad del océano.

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